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El jugador en su laberinto. Por Lic Mariela Coletti. Revista Consecuencias

El jugador en su laberinto.

Indagaciones acerca del juego de apuestas.

Luz Mariela Coletti

'Jugábamos a las barajas en el patio. Veía claramente cómo una pasión cometía su devastadora obra en el alma de un muchacho y lo obligaba a desdeñar y abandonar todas las otras cosas de la vida, a disimular y a mentir'

El impostor. Silvina Ocampo [1]

En el campo clínico de la ludopatía, también llamada adicción sin sustancia, nos encontramos con una afección transclínica, posible de montarse sobre cualquier estructura, incluso de convivir paralelamente a la neurosis, sin ser tocada por la palabra ni constituirse en conflicto.

Se presenta como respuesta cerrada, como un relato de acontecimientos.

Si se concreta una consulta suele ser muy alto el número de abandonos, y aunque se haya hecho un trabajo de entrevistas, interrumpirse sin explicaciones.

La dimensión de la palabra parece presentarse como inabordable para el mismo jugador.

La urgencia surge en general desde el familiar o desde el jugador cuando está acorralado por deudas y por una conducta que no entiende y vive como externa.

La gravedad de estos cuadros reside tal vez en el punto de ser acciones no conflictivas, donde la acción se presenta tan desconectada de la consecuencia para el sujeto, que es posible que viva años excediéndose y perjudicando a otros, sin que sea un problema para él/ella.

Eso constituye también nuestro problema como analistas: cómo lograr que un consultante pase de relatar las consecuencias de sus actos, en ocasiones estragantes, a registrarlos como parte de una problemática propia, angustiarse y traerlo al análisis.

No podemos a priori hablar de resistencias al tratamiento, pero sí del infierno de una insistencia pulsional que deja al sujeto sin recursos para acceder a la palabra.

En suma, como hacemos para pasar de una clínica del fenómeno, a una clínica del sujeto.

A los jugadores suelen gustarles los desafíos; sin duda escucharlos constituye un desafío clínico para nosotros. Se trata de no retroceder frente a estas dificultades, para sostenernos en la orientación lacaniana.

¿Es la ludopatía una experiencia fuera del lenguaje, como encontramos en los consumos de sustancia, con alteraciones de los estados de conciencia, con cortocircuitos sin mediación?

¿Es una experiencia que prescinde del Otro, volviéndose iterativa, un hábito carente de sentido?

¿O es una experiencia de alienación al Otro, donde se establece esa dialéctica del desafío, del querer ganarle, plena de un sentido coagulado y fijo?

'El jugador debe apostar según se lo indica su imaginación. Apuesta a la posibilidad de que lo que ha imaginado que pueda suceder, suceda'[2]

'El juego de azar, práctica vieja como el mundo, es, en efecto, rico para mostrar que una adicción puede ser sostenida, no por el efecto inducido por una sustancia, sino por el goce propio de un sujeto hablante ?donde está comprometida su relación con el dinero como objeto libidinal? y con el azar ?donde se cristaliza su relación con el sentido?.' [3]

Un goce particular

En forma general podemos afirmar que cada jugador experimenta un goce, que se define como Thrill [4]

Es una tensión expectante, mezcla de placer y temor, suspenso que se obtiene frente a la incertidumbre del azar y la posibilidad de perder una apuesta.

Thrill: estremecimiento, emoción, excitación, un corte en la respiración. Declina en thriller (recurso literario y del cine, donde se mantiene al espectador en tensión expectante)

Se trata de una tensión erogeneizada que no se obtiene usando el cuerpo en forma directa,

sino que se obtiene tanto ganando (los jugadores hablan de orgasmo mental) como perdiendo (enojo, reproche, búsqueda de revancha, miedo al castigo)

Este goce se cristaliza con una experiencia de ganancia, de buena fortuna, que inaugura además una creencia: la de ser un elegido por el azar.

Posteriormente el neurótico pretende llevar este encuentro contingente, al plano de lo necesario, repitiendo el gesto de juego.

Es imposible recrear algo que ocurrió por azar, pero el jugador cree que puede.

El juego de azar, a diferencia del consumo de sustancias, no garantiza la certeza de una experiencia de goce, el jugador debe pasar por la incertidumbre.

En el caso del toxicómano o el alcohólico la ingesta le garantiza en casi todas las veces, la alteración del estado de conciencia.

En el jugador eso no es seguro, debe pasar por el azar, pero a la vez hay una reversibilidad: es posible anular todas las pérdidas, si sigue jugando y gana.

Es el único caso donde, solo jugando sería posible revertir semejante agujero económico, como si dijera 'puedo salir si me saco el pozo, si dejo de jugar no voy a salir del pozo'

Pero si sigue jugando, tampoco.

El pozo es una figura rica en el jugador, pozo es premio y es pozo depresivo, hundimiento subjetivo que propicia nuevos actings o pasajes al acto, bastante frecuentes de escuchar.

Teniendo en cuenta que no se trata de una estructura clínica, podemos ubicar sus funcionalidades o distintos usos que los sujetos hacen de ella, que abren distintas vías de investigación:

La experiencia del juego de apuestas permite sentir un goce único, lo que en ningún otro ámbito de su vida sucede. Puede tener valor de droga, tal como la definió Lacan[5]: un atajo, algo que rompe la relación cuerpo-falo. Un goce que se obtiene sin recurso al falo, fuera de regla.

Puede permitir pasar el tiempo, como respuesta al malestar, usado como una poderosa distracción[6] para desviarse de otro tema. La palabra diversión proviene de di-verger, mirar hacia otro lado.

Es también un recurso para velar la angustia, un taponamiento, que no se constituye en síntoma, sino que momentáneamente puede aliviar, como un fármaco.

Puede ser una huida frente al problema del impasse sexual[7]. Se constata en los adolescentes y jóvenes, donde predominan los juegos de pantalla y apuestas deportivas, dilatando la experiencia de encuentro con el otro sexo, o con la puesta en función fálica.

Una vía regia para perder, actuando una pérdida que no se ha inscripto a nivel simbólico y se repite necesariamente (compulsión de repetición)[8]

Puede ser respuesta a un agujero que se abre en ocasión de un duelo. Es muy significativo que muchas ludopatías se desencadenan a partir de una pérdida, repitiendo en acto lo que no se puede elaborar vía simbólica.

Puede ser una vía regia para obtener un castigo, necesario, de sujetos en posición de desecho, melancolizados o desalojados del Otro. Una manera de realizar una escena fantasmática de tintes masoquistas.

Puede permitir liquidar o morigerar, mediante la dilapidación del dinero, un goce excesivo, un objeto no extraído, 'sentir un alivio al haber perdido todo' ubicable en casos de psicosis.

Puede ser una adicción, una iteración sin sentido, que no desliza hacia otros significantes, que insiste de un modo idéntico a sí mismo. Lo que los jugadores llaman hábito.

Es un resto que perdura, incluso una vez que han caído los andamiajes fantasmáticos que sostenían la práctica. Un resto que no es interpretable, pero con el cual hay que arreglárselas.

Pasiones

El texto donde Freud habla de la manía del juego es 'Dostoievsky y el parricidio'

Distingue 4 facetas del artista, y nos detenemos en la fachada del pecador, donde alude a lo criminal que asocia con la manía del juego, que también relaciona con el carácter apasionado de Dostoievsky (Triebhaft Charakter)

Trieb es el término que Freud usa para hablar de pulsión.

Queda en el texto señalado que la manía del juego, lo que Freud ubica como 'el juego en sí y por sí' es de origen pulsional y remite al carácter apasionado, remarcando su característica repetitiva e inercial.

Lo criminal alude al empuje destructivo (hacia los otros como hacia sí mismo) sin culpa.

'La pasión de raíz pulsional se expresa en forma independiente y en contraposición de las exigencias de la vida en sociedad. No hay renuncia simple sino reclamo, hostilidad y placer de agredir. La pasión pulsional es opuesta a la ley e indiferente a la culpa'[9]

Freud distingue entonces dos líneas de ideas respecto de Dostoievksy en relación al juego compulsivo.

La primera la del juego en sí y por sí, pasión pulsional, sin culpa, sin pasar por la ley, que puede presentarse sin relación con la neurosis e independizarse.

Por otro lado la pasión culpable, ligada al complejo paterno, donde predomina el sufrimiento de la culpa, el gozar del perder y del castigo, lo que llamamos jugar para perder.

Esta línea abre la posibilidad de una sintomatización.

Juego del Uno, juego del Otro.

El factor dinero

Podemos distinguir dos modalidades de relación al juego de apuestas, que se puede extender al juego de pantallas, aunque en esta última habría que hacer otras distinciones.

La primera modalidad es la del juego con Otro, o contra Otro.

No va de suyo que una persona que juega con una máquina o a la ruleta, aunque sea una práctica de un solo sujeto, juegue solo.

Es en la escucha que podemos advertir si esto se confirma o está jugando con alguien, o algo que oficie de partenaire.

A pesar de que no hay otra persona, el jugador puede hace consistir un Otro sólido, pleno de sentido.

El azar puede adquirir dicha consistencia, o la máquina, a pesar que allí no existe el azar, sino un software. Escuchando, advertimos cuando el jugador se dirige al Otro, personaliza el resultado y lo desafía, aún sabiendo que tiene las de perder, o quizás precisamente por ello.

Al perder, lo cual es una deriva inevitable, construye y acumula deudas, lo cual se convierte en un lazo al Otro, el sujeto se vuelve deudor.

Pagar las deudas es un lazo robusto al Otro, único sentido que puede cobrar su vida cotidiana, con llamados de acreedores, tormentos mentales, robos y engaños.

El pago es una forma de regular una relación al dinero y en cierto modo al Otro.

¿Qué me quiere el Otro? que le pague lo que le debo.

Lo interesante es que una vez que cancela sus deudas, crece el empuje a volver a contraerlas, jugando de nuevo.

Y así se garantiza que mientras viva, habrá alguien a quien le deba, de quien se sienta su esclavo y sea su perseguidor.

En algunos casos es el lazo que lo ata a la vida, aunque puede ser el que lo desate de la vida también.

El dinero,señala Lacan, es un significante universal que aniquila toda significación[10], y cobra para el jugador un valor supremo. Si lo tiene le quema en las manos, si lo debe, lo atormenta, lo dilapida, y justifica sus desgracias por la falta de dinero.

Es el S1 que comanda su vida. Pero a la vez, no es para ganar dinero que apuesta, el jugador lo sabe bien, '....juro que no se trata de codicia, aunque por cierto el dinero es lo que más falta me hace" decía Dostoievsky. [11]

No es el goce del avaro, quien lo retiene, es el goce del dilapidador, quien no puede usarlo para otro fin que no sea jugar y perder.

El exceso en estos casos no halla un límite en el cuerpo, como pasa en los consumos de sustancias, donde se desmaya alcoholizado, entra en coma por sobredosis, o se descompone por comer demasiado. El jugador halla su límite concreto cuando no dispone de dinero o bien la ley civil lo detiene. Se detiene cuando encuentra un vacío, un no tener más.

El dinero puede ser 'todo' lo que necesita y 'nada' al mismo tiempo

La pérdida del valor fálico del dinero, valor contable, valor de cambio, se suplanta por un valor de goce. Es un objeto que puede encarnar tanto el goce, como si fuera una droga, como un significante amo que comande la serie, pero que se presenta desarticulado del S2.

Es importante por ello indagar la relación que el sujeto tiene con el dinero, y cómo se construyó.

El objeto dinero y el juego están al servicio de procurar esa relación al Otro y al sentido, al obtener alguna respuesta -ganador, perdedor- que está en las antípodas del cinismo del toxicómano.

Allí donde el toxicómano recurre a la droga para prescindir de esa vuelta por el Otro, y satisface su pulsión directamente, encontramos en un jugador lo contrario, es un creyente que busca al Otro, como signo del destino, número del azar.

Es sin embargo un Otro muy particular, porque no es el Otro de la palabra, sino del número, incluso del signo.

No es el nivel de la palabra que dialectiza, equivoca, representa al sujeto para otro significante. El número es fijo y para todos, está en el nivel del signo. Es como esos afiches de las agencias de lotería donde cada sueño significa un número, no hay asociación libre, no hay sujeto que interprete.

'La pasión del jugador no es el dinero (esa es la pasión del avaro), sino el descubrimiento del saber insondable del azar, esa regularidad caprichosa de los números cuya legalidad la conoce solo el Otro, que el jugador supone que existe'[12]

En el toxicómano encontramos a un sujeto cuyo partenaire es la droga, en el jugador el partenaire es el Otro del azar y usa el dinero y el juego para alcanzar esa fusión.

En esta línea, el abordaje sería inverso al del toxicómano,ya que el sentido no está ausente, sino demasiado coagulado y se hace necesario obtener una separación, para alcanzar la división subjetiva.

'El alcohólico y el toxicómano son adictos a un goce del Uno, solitario y fuera del lenguaje, y, por tal razón, uno puede llamarlos ateos. A la inversa, el jugador es un creyente, un religioso para quien lo aleatorio hace hablar al destino'.[13]

El jugador mantiene un nexo privilegiado con la divinidad. Con razón ahondan Varenne y Bianu en el acercamiento entre Dios y el apostante en su ensayo elocuente L'esprit des jeux:[14]

El apostador está inconscientemente persuadido de que los dioses están con él: el pensamiento que lo anima lo asemeja a los antiguos adivinos, su fe en la Providencia, adormecida, permanece intacta. Le gusta el riesgo […]. El verdadero jugador busca creer cueste lo que cueste. Si fuese especialista en probabilidades, desde luego, no apostaría nunca. Se burla de saber que en la víspera de un sorteo de lotería tiene estadísticamente diez veces más posibilidades de morir que de sacarse la grande.

Si Dios no existe, el jugador lo hace existir, lo busca, lo crea, cree.

A la inversa del psicótico que sabe, que tiene certeza porque hay increencia, el jugador necesita creer.

La banalidad del decir no es contingente, es de estructura.

Plantea el nudo del sentido, que garantizaría que el Otro existe, '…en efecto, cuál sería el reto verdadero, sino aquello que nos designa Pascal por su apuesta? en la existencia, no jugamos solos. Y si apostamos a Dios, llevamos las de ganar, porque no sería otra cosa que la creencia en tener un partenaire'[15]

El juego sin Otro, iteración y hábito. Una fijeza sin sentido

'No juego para ganar. Mientras tenga para comer y pagar la luz, me alcanza y me sobra. Y así tenga que alumbrarme a vela y comer una vez por semana, voy a seguir jugando.

Si yo anduviese buscando un buen pasar no jugaría: me dedicaria al comercio o seguiría siendo penalista'[16]

El juego 'en sí y por sí' descripto por Dostoievsky es el hueso del juego adictivo.

Elocuente en los juegos de máquinas tragamonedas, observamos la inermidad de un gesto que parece haberse desprendido de ese goce del suspenso.

Sin dialéctica, sin articulación S1-S2, pierde la dirección al Otro y se vuelve circular, el sujeto queda suspendido, ausente de la escena, desaparecido en una suerte de afánisis temporal.

Puede ocurrir que un sujeto comience a jugando con Otro, gozando del desafío y la rivalidad fálica, desplazando sobre la escena de juego una escena fantasmática y paulatinamente vaya perdiendo ese sentido, decantando un goce que itera, sin ninguna significación.

En ocasiones el pasaje es disruptivo, se trata de los casos donde un acontecimiento en la vida deja al sujeto sin recursos, irrumpe a la manera del trauma un exceso, sea de un dolor o de un desborde inasimilable. El juego puede sobrevenir como defensa ante la angustia, respuesta ante la falla de sentido.

La deriva que resulta de esta acción, puede ser la iteración sin sentido.

Los consultantes lo plantean como una inercia, un hábito que se volvió independiente, al que buscan controlar con esfuerzos yoicos y de autoprohibición. Dice un paciente 'Yo nunca decido cuando me retiro, eso lo decide la cifra'

El juego con Otro y el juego sin Otro requieren de diferentes orientaciones en la cura.

En la primera hay que producir el efecto de aparición del sujeto, perturbando esa alienación al Otro consistente, haciendo fallar la defensa de un Yo por lo general, inflado. Producir un efecto de barradura, de angustia para localizar un sujeto, equivocando su decir.

En la segunda en cambio, la interpretación busca forzar un pasaje de la satisfacción autoerótica al campo del Otro, abriendo el campo del sentido, permitiendo la instalación de la transferencia.

El fracaso de una inscripción. La relación con la pérdida

La pérdida como tal se presenta en el jugador en su cara literal, descarnada, y no logra alcanzar una dimensión simbólica.

No sólo pierde dinero, trabajos, amigos, familia. Pierde fundamentalmente la orientación de su deseo.

La pérdida se le presenta como aquello que no cesa de no escribirse, reiteración fija, o bien un intento fallido de inscripción, al estilo de los sueños traumáticos o del juego infantil[17]

Lo que se presenta fijo como iteración pulsional, no está inscripto simbólicamente.

Como plantea Lacan respecto del juego infantil 'la repetición exige lo nuevo'

Lo nuevo sería una inscripción que no hay, lo que permitiría hacer una diferencia. Si no se puede inscribir una pérdida, la castración no opera y la dialéctica del deseo se anula, se debilita.

Aunque se trate de pérdidas que pueden contarse, dado que es dinero, se verifica en la clínica que esa apuesta y esa pérdida no entran en la contabilidad.

La apuesta del jugador no encarna un objeto para él, sino que pasa a contarse como pérdida en el Otro.

En otras palabras, pierde mucho pero no tiene significado, porque no son pérdidas propias, no pone en juego algo propio. Por eso Lacan afirma que el juego de azar es un juego sin riesgos, que pone de relieve un fantasma inofensivo[18].

En lugar de que la apuesta encarne al objeto, a la apuesta del jugador lo encarna a él mismo, la vida misma se vuelve una apuesta y por eso mismo una 'nada'.

Es un desafío clínico para los analistas intervenir en estos casos, no sólo para hacer existir el inconsciente, lograr que emerja un sujeto y la dialéctica transferencial, sino para trabajar la relación con la pérdida y el resto, que en tiempos de capitalismo se busca eliminar, produciendo estragos antes que síntomas.

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