Publicaciones >> ¿Es posible curarse de la locura del juego?
¿Es posible curarse de la locura del juego?
Escritos

Los poderes de la pulsión y los resortes de la recuperación

Por: Lic. Mariela Coletti.

Capitulo del libro "Cuando el juego no es juego.Es adiccion?" (comp) BsAs 2015. Ed.Lugar


A principios del siglo XX, se usaba la sugestión hipnótica para el tratamiento de los síntomas histéricos, técnica que maravilló a los psiquiatras por su eficacia. Bastaba prohibir bajo hipnosis determinado movimiento corporal, o dolor, para que éste cesara en estado de vigilia.

El influjo hipnótico se practicaba, no se contaba con el avance de la psicofarmacología actual, pero ya en ese tiempo Freud se apartó de ese modo de tratamiento de los síntomas. ¿Por qué?

“Una terapia ideal, según el aforismo médico, debe ser rápida, confiable y no desagradable para el enfermo. A la hipnosis “…se la podía ejecutar infinitamente más rápido que la terapia analítica, y no ocasionaba fatiga para el enfermo. Para el médico sin embargo resultaba monótona: debía prohibir en cada caso, como un ceremonial, cada uno de los síntomas, sin poder aprehender nada de su sentido y significación. Pero le faltaba un requisito: no funcionaba en todos los casos y no perduraba su resolución”. Más tarde enuncia también los alcances de la técnica por él creada.

“La terapia analítica encuentra sus límites en la falta de movilidad de la libido, que puede mostrarse remisa a abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo, que no permite que la transferencia sobre los objetos sobrepase cierta frontera”.

No es mi intención debatir acerca de las diferencias entre las concepciones de la cura en la medicina, las psicoterapias y el psicoanálisis, sino, partiendo de los principios que nos orientan desde el lugar del psicoanalista, abordar las dificultades y las posibilidades que nos ofrece esta manera de tratar el sufrimiento psíquico, en particular a la compulsión al juego. 

Porque ya no estamos en el siglo pasado y en nuestro tiempo las compulsiones y las adicciones en general abundan en los consultorios e instituciones, publica y privadas. Los síntomas histéricos existen, pero las adicciones son algo más que un síntoma, según Lacan están más del lado del estrago.

“En efecto, aunque pueda parecer sorprendente, en psicoanálisis lo que dice el sujeto de su síntoma constituye el síntoma mismo. Dicho de otro modo, a diferencia del síntoma médico o psiquiátrico, el síntoma en sentido analítico no es objetivo, y no puede ser apreciado desde el exterior; la evaluación misma de la curación es también tributaria del testimonio del paciente. (…). De hecho, hasta la emergencia del psicoanálisis, el objetivismo de los mejores psiquiatras les conducía a considerar a las mujeres histéricas como simuladoras y a sus enfermedades como imaginarias.

Si el nombre de Freud ha quedado en la memoria es porque ha sido el primero en sobrepasar los ideales del cientificismo que le había formado, y en reconocer, en términos sino científicos al menos compatibles con la ciencia, lo real singular e invisible que estaba presente en el sufrimiento de la histeria. (…) En los trastornos neuróticos, el ojo clínico no ve nada.”

Entonces para un psicoanalista, lo que su paciente dice de su malestar, es tomado al pie de la letra, aunque difiera de lo que dicen los familiares.

Comprobamos, además, y en la compulsión al juego es una idea que atraviesa a todas las orientaciones terapéuticas que no es posible abordar eficazmente, en un 100%, este síntoma, si la idea es suprimirlo y volver a un estado anterior, ni con fármacos, ni con sugestión, ni con reeducación.

Pero tampoco, como lo enuncia Freud, con psicoanálisis. Siempre hay un resto que perdura, relacionado con la fijación de la libido. 

Postulamos entonces que hay una incurabilidad en la estructura. No se trata de que algunas patologías pueden curarse y otras no. Se trata de lo incurable en el ser humano.

Otros síntomas también, aunque no sean compulsiones, dejan un resto. Se dejan abordar más por medio del trabajo analítico tal vez, pero no desaparecen.

La diferencia esencial entre psicoterapias, medicina y psicoanálisis pasa porque el psicoanalista no se propone la empresa de suprimir los síntomas, entiende que los mismos tienen una función en el psiquismo y se esfuerza en pesquisar sus coordenadas y condiciones.

Además, tiene un concepto ético de la cura y el sujeto: propone que el paciente se responsabilice, invente y transforme, del modo que pueda, esa fuerza pulsional que rechaza y que lo domina en la repetición. No apelamos a la voluntad ni a pautar conductas reeducativas. Los síntomas, las inhibiciones y las compulsiones, podemos pensarlas como un modo singular en que cada uno trata el sufrimiento que su vida acarrea.

El psicoanalista no se guía por el deseo de curar, sino por el deseo de analizar, y los efectos terapéuticos sobrevienen “por añadidura”. En el caso de los jugadores, esto se puede constatar, según el caso. Hay casos donde la elaboración avanzó lo suficiente, pero la decisión de seguir jugando persiste. Hay otros donde se tocaron los circuitos de goce, y el sujeto pudo transformarlo en otra cosa y decide renunciar.

 

Deseo de curar, deseo de analizar
Es un principio que todo psicoanalista conoce, pero que no resulta fácil de ejercer. El “furor sanandis” y el deseo de ayudar, de curar al otro, habita en cada uno de los que nos dedicamos a este oficio. El deseo de curar es contraproducente para el trabajo del análisis. 

No es que no importen los efectos terapéuticos, y por eso hacemos muchas maniobras orientadas a acotar el empuje pulsional, ya sea convocando a trabajar con otros (grupo), ya sea con la familia cercana (entrevistas familiares y de pareja) y el recurso de la farmacología (psiquiatra).

El deseo de analista deberá desplazar al deseo de curar y se concentrará en analizar la función del síntoma, perturbar la coraza defensiva, alcanzar las determinaciones que disparan la compulsión, ubicar los detalles que iluminan el caso, para cernir lo más singular en cada uno.

Nuestro punto de partida será entender cómo se las arregla cada sujeto con esa falla en la estructura. Por eso Lacan afirma que el “…psicoanálisis no es una terapéutica como las demás”.

…” El psicoanálisis tiene efectos terapéuticos, de tapón, de alivio, en la medida exacta en que reconoce la singularidad del deseo. No terapeutiza cuando conduce a la norma, sino cuando autoriza el deseo en su desviación constitutiva. Los sujetos llegan al análisis con su queja, con su vergüenza en relación a su goce y los efectos terapéuticos consisten en autorizarlo, siempre que su base sea auténtica”.

Todos los psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras tenemos prejuicios, ideas acerca de qué es una cura. Dichas ideas están sostenidas en un marco conceptual pero además se tiñen de nuestra marca personal, principios y subjetividades.

En ciertas orientaciones psicológicas, muy protocoladas y controladas, se cree que esa subjetividad no influye, está suficientemente minimizada para quien lo administra. Pero quien diseño ese protocolo, ¿no estuvo atravesado por alguna subjetividad?

¿Qué noción de cura y recuperación usó al momento de confeccionar el protocolo?
Nadie escapa, por más científico que pueda parecer, en el ámbito psi, a la posibilidad de subjetivar la práctica. Y tampoco me parece que la objetivación de los síntomas ayude demasiado, tenemos ya variados problemas a nivel mundial con la aplicación metódica de las clasificaciones psiquiátricas y los psicofármacos, donde no se tiene en cuenta al sujeto que se está tratando, sino que el paciente es un conglomerado de trastornos, que llevan a la sobre medicación y no atempera el sufrimiento de la persona.

 

Análisis del analista y supervisión de los casos

Por lo tanto, dentro del ámbito del psicoanálisis insistimos mucho en el análisis del analista y en la tarea de la supervisión. ¿Cuál es su propio rasgo, el del analista, cuales sus límites, sus fantasmas, sus ideales, sus resistencias, como incide esto en su escucha del paciente? ¿Qué espera de ese trabajo, de ese paciente, que piensa que sería su curación?

Si el analista eso lo desconoce, poco puede hacer para atravesar los impasses, evitar ciertos empujes, incidir sobre el acting out, salir de los atolladeros de la transferencia.

La resistencia, según Lacan, conviene pensarla del lado del analista. Esto se constata además cuando los analistas rechazan trabajar con el adicto, considerándolo inanalizable, dejándolos por fuera del dispositivo. O cuando en un tratamiento nos sentimos con deseos de abandonarlo todo, por la frustración que nos produce.

Decimos que los jugadores resisten, que rechazan la palabra, que no se avienen a trabajar sobre su acción, pero muchas veces esa resistencia es nuestra, dado el esfuerzo que supone hacer existir un sujeto, ahí donde solo hay un ludópata.

 

Un forcejeo continuo. Alojar y sacudir a la vez. 

En el trabajo con jugadores compulsivos, a quienes generalmente les atribuimos una enorme dificultad para “hacer transferencia”, que defienden con uñas y dientes su modo de gozar, sus mecanismos de renegación, donde la pelea es contra una voluntad de goce a veces inconmovible, el trabajo sobre la propia subjetividad del analista y el lugar a ocupar dirigiendo el tratamiento es imprescindible.

El manejo de la transferencia será más limitado que en sujetos neuróticos, pero fundamental para poder trabajar. Sin ella nuestro trabajo realmente es estéril, y la misma adviene a partir de intervenciones e interpretaciones a la entrada, no llega sola.

Establecer un lazo transferencial, disponerse a hablar en el dispositivo, que no es lo mismo que hablar solo, va en contra del aislamiento autista del goce del juego.

“…el analista se distingue en que hace de una función que es común a todos los hombres un uso que no está al alcance de todo el mundo cuando porta la palabra. Pues es efectivamente eso lo que hace para la palabra del sujeto, aun con solo acogerla…en el silencio del oyente. Pues ese silencio comprende la palabra, como se ve en la expresión guardar silencio, que, para hablar del silencio del analista, no quiere decir solamente que no hace ruido, sino que calla en lugar de responder”.

Lacan nos enseña que el lugar del analista no es el de no hablar, sino el de no responder en forma estándar, como si supiéramos, para que la palabra del paciente cobre presencia, advenga, salga de su mutismo o su palabrerío falso y pase a ser tomada en serio, que pueda admitirse como un sujeto, determinado por las palabras. 

Se hace necesario que algún sujeto aparezca, no solo un individuo que relata su accionar, monótonamente. ¿Cuál es su interpretación del mundo? ¿Para qué cree que le sirve jugar, que función puede estar ocupando dicha práctica? ¿A qué soluciones fue llegando en los largos años de juego antes de consultar? ¿Esas soluciones caducaron, o siguen siendo útiles?

Lo que constatamos en el trabajo con adictos en general es que son individuos tomados por el objeto, sea el tóxico o la práctica compulsiva. Las palabras resbalan, las interpretaciones muchas veces también, la dictadura del objeto se impone. Por eso, quien escucha es convocado a responder, muchas veces en términos médicos y terapéuticos, desde la urgencia, desde el lugar del hacer algo, ya sea internar, medicar, dar pautas.

En muchas ocasiones esa es la maniobra posible, porque la palabra no incide de ningún modo, la invitación no es aceptada, o no lo es en ese momento de la vida del paciente. 

Las familias llegan en muchas ocasiones habiendo transitado por innumerables tratamientos, tornándose como consumidores de terapias. Y responder es lo que se propone un psicoanalista frente a la compulsión al juego y a otras adicciones. Responder de una manera tal que pueda advenir ese sujeto, que pueda reconocer su decisión, su deseo y su imposibilidad, su defensa, su modo de satisfacción. No se trata solo de escuchar sino de provocar un nuevo decir, y derribar el palabrerío vacío. Hacemos un forzamiento calculado, actos, intervenciones que buscan conmover algo.

La entrada en la transferencia puede ser la ocasión de perturbar y mover eso que resiste tanto en el jugador, lo que abre el campo posible de una renuncia al goce del jugar. Aunque eso no suponga una entrada en un psicoanálisis, puede darnos la oportunidad de que se interese por el sentido de eso que hace, las significaciones, las preguntas, abriendo el campo a la palabra y no solo a la acción muda. Se advierte la dificultad inicial, es alguien que ni siquiera logra aceptar que tiene un problema, alguien que no demanda y que no ve.

No podemos pretender que un individuo decidido a jugar, ni siquiera problematizado por eso, “tome conciencia” al momento de iniciar el tratamiento, y si eso es planteado así, con todas las promesas que pueda enunciar, es necesario tomarlo con cautela. Es muy común que lo diga para conformar a la familia, al psicólogo, incluso a su propia conciencia.

Si la condición planteada para empezar el trabajo es esa, ya partimos de un engaño. El individuo consulta simplemente porque algo “le insiste”, sin que él lo decida.

Más que una resistencia a admitir, asistimos al infierno de la insistencia, de lo que pulsa automáticamente hacia lo mortífero, la repetición y alienación subjetiva. En ese circuito el sujeto queda anulado como tal, en muchos casos se entrega y ni siquiera siente la contradicción, se aletarga, se duerme, se deja llevar, considerándose un caso perdido.

El trabajo con jugadores compulsivos es una labor pre-analítica, que busca crear condiciones, “precondiciones para interesar al sujeto en su inconsciente”. Porque “…si el sujeto se queda solamente en el nivel de –no soy un toxicómano (aquí vale la comparación con -no soy un jugador-) eso no tendrá ningún interés, a los fines de entrar en un análisis. Ya que “…tiene que transformar eso en la pregunta por el ¿Quién soy? La que puede llevarlo a buscar en su inconsciente los signos de su identificación posible”. 

Una salida posible entonces comparando la ludopatía con la toxicomanía, “… no solo si eso que funcionaba ya no funciona más, o porque se ha atravesado algún límite sea social o del propio cuerpo. Se sale de la toxicomanía si en ese límite se produce la significación de un saber supuesto en el Otro, es decir del agalma de la transferencia”. En otras palabras, un jugador podría dejar el juego en función de una imposición, ya sea prohibitiva o bien de sostener el ideal de la abstención, pasar de gozar de jugar a gozar de renunciar a jugar (contar abstinencia como dicen en los grupos). Pero también podría salir si pasara a gozar de la palabra y con la orientación de un analista, empiece a preguntarse por su vida, sus deseos, sus amores, sus miedos etc., suponiendo que, en transferencia, esa pregunta podría respondérselas.

Cómo hacerse las preguntas y cómo desplegarlas. Para ello sin dudas deberá haber del lado del analista también preguntas, no respuestas. Preguntas, o sea, no un saber a priori acerca de su paciente, pero también un deseo, cierta curiosidad, de analizar.

Recuperaciones
Preferimos entonces hablar de recuperación y no de cura. Pero la recuperación hay que precisarla. ¿Recuperar qué? Porque el jugador plantea que quiere recuperar dinero, y que el dinero es lo que hace falta para arreglarlo todo.


La familia plantea que quiere recuperar a su familiar, si es que aún no lo abandonó a su suerte, por impotencia, odio o cansancio. Quiere ayudarlo, pero a veces se vuelve cómplice, y tampoco quiere entender lo que le pasa, quiere convencerlo de que se abstenga, o perseguirlo para que no juegue. A las familias también les resulta difícil hablar de lo que pasa al interior de ese vínculo, y prefiere creer que el enfermo es sólo el.

¿Qué creemos que podemos ayudar a recuperar? 
Si lo pensamos desde la adaptación al medio, tendría que recuperar su relación con la norma. Así funcionan los tratamientos que buscan ordenar, mediante controles del dinero y del tiempo, una regulación desamarrada. 

Si lo pensamos desde las hipótesis de Eros y Tanatos, tendría que recuperar su relación a Eros, o sea el circuito del deseo, circuito que incluye el paso por la castración, o sea por la pérdida. Algo debería perder de ese modo de goce para acceder al circuito deseante.

Si lo pensamos desde la idea de que algo se desanudó en la estructura, una estructura psicótica, por ejemplo, y el juego es una manera fallida de anudar, entonces tendremos que ayudar a estabilizar, encontrando otros anudamientos posibles.

 

Un tipo particular de respuesta

Responder para desbaratar, conmover algo de lo fijo del impulso, de una defensa, lograr que asome algo de la angustia, de lo que no dijo, de lo que se venía guardando. Interpretar, para que esa fuerza dirigida únicamente a un objeto, se desplace, se empiece a dirigir a quien escucha, comience a creer, que hablarle al otro, que no es médico, ni familiar, ni amigo, puede serle de ayuda.

Que pueda empezar a escucharse y entender eso que dice, pero no ha registrado. Escuchar aquello que no sabe de si, y no solo la monotonía descriptiva de sus acciones, sus rutinas excesivas, sus “no quiero hacerlo, pero voy igual” etc. La hipótesis de base es que, si esa fuerza pulsional se acota, estorba o mezcla con lo que Freud llamaba Eros, fuerza que tiende a ligar, entonces la vida del sujeto cambia, se abre a la contingencia y algo diferente puede pasarle.

 

Transferencia y diagnóstico de base

En este primer tiempo de trabajo tenemos que hacer un diagnóstico de estructura, que puede demorar un tiempo, dado el empantanamiento que produce la intoxicación de los números, el dinero y las deudas. Distinguir la patología de base permite plantear estrategias de cura y considerar hasta donde es capaz de llegar el sujeto respecto de la abstinencia, y de la recuperación. La ludopatía, según se ubique en la psicosis, la perversión o la neurosis, tendrá un destino diferente, ya que no cumple igual función. Son diferencias gruesas que nos sirven para saber por dónde conviene avanzar y donde ser más cautelosos o más audaces con las intervenciones.

No conviene alentar una abstención en un cuadro de base psicótico, si eso es lo que precariamente está sosteniendo la estructura. Será necesario ubicar alguna otra suplencia, para no descompensar lo precario de ese armado. Obviamente será con la ayuda de la psiquiatría y siempre tendremos que contar con el trabajo con la familia. A un ludópata con un cuadro psicótico, lo trataremos como a otros psicóticos, teniendo en cuenta que la suplencia la armo la relación al juego.

En la neurosis en cambio, el síntoma de jugar puede estar mucho más articulado a las significaciones edípica, aunque haya un resto que no se explica según esas coordenadas. Es muy frecuente que un analista pase por alto este problema del juego y lo minimice. Atendí casos de muchos años de análisis, de muchos años de juego, donde no se había trabajado prácticamente nunca esta cuestión. No sólo es que el paciente lo oculte, sino que a veces se lo considera tan inocuo, que no se le presta atención y cuando se lo aborda, ya es bastante tarde y ha producido estragos a nivel personal y familiar.

En la neurosis obsesiva se podrá constatar como el erotismo anal, el remordimiento moral, la agresividad imaginaria, la culpa, el modo hipercontrolado de jugar, para después descontrolar, la relación al dinero, el desafío al padre, la relación con la muerte, se articulan perfectamente y puede mantener esa práctica por muchos años.

En las histéricas melancolizadas, mujeres que han renunciado o se consideran injustamente abandonadas, por el marido, los hijos, que se sienten solas, pero en posición de víctimas, donde la insatisfacción y la frustración se conjugan con la ilusión del bingo, un lugar donde no pensar, y salir sin ganar nada.

 

La perversión es sin dudas el más difícil de los abordajes.

Dado que quiere curarse, pero no quiere perder nada de su manera de gozar, su paso por la castración es fallido y solo desmiente, y se revela la voluntad de goce, una decisión que resulta a veces infranqueable. Es quien busca angustiarnos con sus relatos, no se conmueve ni se angustia, no se divide subjetivamente, pero todo su entorno sí. No siente culpa ni vergüenza, y está muy decidido a seguir con esa práctica.

Si no logramos conmover algo de esa posición, y el sujeto no duda ni vacila, el trabajo será estéril y lograr no afectarnos tanto y operar allí requiere de mucha decisión también. Habrá que situar esa posición y esperar que algo de la realidad más concreta se le presente, tal vez como la única forma de cuestionarse algo. Solo el desciframiento del síntoma no alcanza. La insistencia de la práctica indica una fuerza que llamamos goce. En el análisis buscamos incidir en esa articulación entre el desciframiento (de las palabras) y el goce (que no es de palabras) Y si bien puede haber resoluciones, incluso duraderas, no es garantía de solución estable.

La pulsión trabaja incansablemente y el exceso se produce porque la falla en la inscripción de NO está en la estructura. Hay un rasgo de perversión que funciona, un “Sé que NO, pero aun así…”

A la manera del niño, perverso polimorfo como decía Freud, que busca satisfacerse y resiste a la renuncia que los padres le piden. La dimensión de su relación al falo requiere de nuevo trabajo psíquico.

¿Por qué decimos que la ludopatía es crónica?

En el juego compulsivo hablamos de cronicidad. No se trata únicamente de datos estadísticos sino de un concepto estructural. Consideramos crónico al goce pulsional y sus manifestaciones pueden ser tóxicas, a menos que pueda entrelazarse con Eros, con los otros, con algunos límites.

Sin goce no hay vida, y si la satisfacción de quien consulta es el desafío, la adrenalina, la mentira, la transgresión, o el adormecimiento y el no pensar, entonces necesariamente se presentará de esa manera. Nuestra apuesta es que a través de la experiencia del análisis ese goce se transforme, teniendo en cuenta al sujeto. ¿Cuál será el modo, en cada caso, en que logre desarticular esa fijeza a la práctica de juego, y pueda engancharse con el análisis, con el terapeuta, con el saber acerca de lo que le ocurre? ¿Cuál será el modo en que se vuela a articular esa pulsión, tal que no provoque un empuje a lo peor, pero que pueda ser satisfactorio para el sujeto?

A veces podrá sublimar, a veces sustituir, a veces reducir. En algunos casos no decidirá moverse de esa práctica. Asistirá al tratamiento, pero comprobaremos que no quiere saber nada. Alcanzar eso también es un saber.  Detrás de los avatares de la pulsión de cada sujeto, está la decisión insondable de cada uno. ¿Como vivirá su pulsión, como vivirá el resto de su vida? ¿Qué quiere y qué puede hacer con eso? Esta pregunta abarca que un sujeto quiera…no querer hacer nada.

La experiencia del análisis propone alcanzar, descubrir y reconocer eso que hace y qué elige a partir de allí. Es una cuestión ética, no médica-terapéutica. A partir de saber eso, cuestión compleja porque lo que predomina es un “no querer saber nada de eso” el sujeto ya no puede seguir justificándose en la enfermedad. Los psicoanalistas manejamos una idea de responsabilidad sobre el goce que habita en cada uno, y llevamos al sujeto a que pueda reconocerse allí, lo que puede producir cierto horror. 

Pero también produce un efecto de re-incorporación de lo que siempre le resultó ajeno. No puede ignorar lo que ya descubrió de él. ¿Qué consecuencias tiene haber descubierto eso? No es la explicación de una causa, sino aceptar lo que hace, activamente a pesar suyo, para sufrir. Un efecto que puede abrir las posibilidades de hacer otra cosa con eso. Entender porqué repite, para qué continúa con sus síntomas, cuáles son los modos de satisfacción, le permite re-signar. 

Resignar: admitir una pérdida, pero también volver a firmar, volver a firmar un contrato con la vida, re-formular la historia infantil, re-escribir algo.

Pretendemos hacer de un individuo compelido a repetir, un sujeto analizante, provocar que advenga un autor que se ponga en la posición de escribir su propio texto. Para eso tiene que salir de la seguridad que le da la monotonía adictiva. Por eso en ocasiones, el tratamiento lo comienza un jugador, y lo finaliza un paciente…A veces se abandona el tratamiento precisamente porque inicia un análisis, algo que se separa del rotulo: “Tratamiento para ludópatas”.

 

Dormir sin sueño y adormecer la conciencia.

El clásico jugador de póker o ruleta demuestra que juega para obtener ese instante de suspenso límite, indeterminado, de adrenalina, momento justo anterior a que se detenga la bolita o se volteen las cartas. Es una satisfacción ligada al límite de perderlo todo o mucho, y poder seguir, para tratar de volver a experimentarlo, y así ser rico y pobre en una misma noche.

Este modo de juego describe una búsqueda de mayor satisfacción, de un plus, violento, y se distingue perfectamente del automatismo de la vida cotidiana. Hay otro modo de jugar.

Se trata del jugar hipnótico, del jugar para adormecer la conciencia, “jugar para no pensar”. Es similar al toxicómano o al alcohólico, que mediante la ingesta logra dormirse y anestesiarse. Es un modo de tratar aquel dolor del que no puede desprenderse, suele ser común en personas muy deprimidas, que logran, mediante el ronroneo de la máquina, sustraerse de esos pensamientos y obtener algún placer, pequeño, pobre, pero que es preferible a la angustia o al cúmulo de deudas y reproches, al aburrimiento, al hastío que le espera en su vida cotidiana. O que simplemente lo entretiene para llenar “ese huequito” de tiempo, hueco que no quiere dejar abierto a ninguna contingencia, y mucho menos a trabajar para lograr algo que desea, pero no se atreve.

Es interesante saber que en la mitología griega, el dios del sueño, Hypnos, es creado como un hermano gemelo de Thanatos, pulsión de muerte. Hypnos es la invitación a morir sin sufrir, morir durmiendo, de a poco, sin advertirlo.

De hecho, entrar en un casino y observar a las personas absortas en las maquinas nos recuerda inmediatamente eso, inmóviles, el gesto automático, sin fijarse lo que hay en la pantalla, sin importar si gana o pierde. Cuando se terminan los créditos, se levanta y se va. Si gana, puede seguir, si pierde, quizás se queda mirando un rato, como juegan los demás, deambulando por las maquinas. El asunto es “dejar pasar el tiempo, dejar pasar la vida”.
 

 

La relación con el dinero

Son muchas las formas en que cada paciente y cada familia enfrentan el problema de la complicada administración del dinero. Es difícil trabajar sobre la compulsión y también es difícil el tema del dinero.
Hay pacientes que comienzan planteando que no juegan más porque delegaron el manejo del dinero en su familiar, pareja, padres, hijos. Encuentran un alivio en no tener que ocuparse de “esos pesos”, ese peso que representa el uso del dinero.

Hay pacientes que están muy solos y nadie puede ayudarlo en este sentido.

Hay pacientes que, teniendo algún familiar idóneo, se resisten, esquivan, ocultan y logran que ese manejo no lo ejerza el otro.

Hay quienes, habiendo aceptado delegar ese poder, luego no resisten ese grado de dependencia y desbaratan lo alcanzado.

A lo largo del proceso de trabajo va variando esta cuestión. Es evidente que el tema del dinero es central en esta problemática. Como en cualquier otra adicción, a sustancias, compras, etc., también se necesita, pero en el caso del jugador cobra un significado mayúsculo, a la vez que un desprecio. El dinero pasa a ser un significante amo, que comanda. Parece explicarlo todo: si hay, si falta, si se usó para tapar lo que no había, si es un impedimento, si le sobra, si lo gana y siente culpas, que no lo merece, si lo tiene y “le quema en las manos”, si tiene, pero nunca es suficiente y necesita más y pretende multiplicarlo jugando, si lo pierde todo y se siente aliviado, si lo tenía y no se fue con la ganancia y se reprocha.

Decía un paciente que para él sería mejor no tener nada, así no le traería tantos problemas. “El dinero era un tabú en mi casa, de eso nadie hablaba, pero a la vez todo el tiempo se aludía a eso, que no había, que no alcanzaba”. Un tabú, aquello que hay que mantener en silencio pero que tiene una presencia central, eje de la dinámica familiar.

 


La problemática del tener

¿Porqué alguien que es capaz de ganar, lo pierde todo?

¿Porqué un sujeto no soporta ser un ganador?

Freud escribe un texto en 1916 llamado “Algunos tipos de carácter dilucidados por la experiencia analítica” en el cual distingue tres tipos, las excepciones, los que delinquen por sentimiento de culpa y los que fracasan cuando triunfan.

“Tanto más sorprendidos y aun confundidos quedamos, entonces, cuando, como médicos, hacemos la experiencia de que en ocasiones ciertos hombres enferman precisamente cuando se les cumple un deseo hondamente arraigado y por mucho tiempo perseguido. Parece como si no pudieran soportar su dicha, pues el vínculo causal entre la contracción de la enfermedad y el éxito no puede ponerse en duda.”

La hipótesis que plantea es que la culpa inconsciente puede actuar en estos casos, haciendo que alguien pague, perdiendo o haciéndose acusar o sancionar, a partir de haber logrado algo en su vida, calificado como exitoso.

Es una situación que se presenta en algunos jugadores que encuentran alivio, sacándose de encima lo obtenido, por considerarlo inmerecido, mal habido, o que lo confronta a culpas que desconoce.  En algunos casos el juego compulsivo se desata a partir de alcanzar alguna independencia económica buscada, o alguna suma fuerte de dinero, un nuevo cargo en el trabajo, o a veces, la “buena suerte” de un ocasional jugador de lotería, que se saca el premio mayor.

También es frecuente durante el tratamiento escuchar que el deseo más intenso del jugador (en carrera, como suele decirse) sería ganar lo suficiente para pagar todas sus deudas, o sea, dejar de ser deudor. Pero si eso ocurriera, o empieza a ocurrir, porque se reordena su economía, deja de jugar y empieza a “no deberle a nadie”, surge otra vez el empuje irrefrenable, y se vuelca a jugar, provocando una deuda nueva, que sintoniza otra vez con la culpa inconsciente.

Ganar tiene relación con el aceptar tener, cuestión que alude a la significación fálica. Para poder ganar, no es solo necesario poder generar la ganancia, también es necesario poder usarla, guardarla, invertirla, administrarla. El jugador compulsivo está del lado del perdedor, no del ganador. No soporta tener.
Y esto se produce además porque en el jugador, como dice Dostoievski “prima el juego en sí y por sí” O sea, importa el gesto automático de jugar, no importa si gana o pierde. Y en el caso de quien, ganar es “un peso extra”, seguramente deberá perder.

Cuando es posible trabajar alrededor de su dificultad para tener, sea por culpa, por vergüenza o rechazo, abordamos también el problema de ganar. El jugador no se considera capaz de guardar, de usar, de administrar lo que tiene. En muchos casos renuncia a esta tarea, como si fuera una incapacidad innata y algo que siempre hizo otro. De chico lo administraban sus padres, luego su pareja, luego sus hijos, etc.

Tal como un niño que requiere que lo ordenen y le ordenen qué hacer con los tiempos y el dinero, permanece en una posición infantil, dependiente, frente al otro que lo cubre, lo protege y apaña, le da una cuota para ir a jugar, pero también lo dirige, lo reta, lo controla, lo limita, le pone penitencias y le prohíbe. Son las posiciones que puede ocupar el partenaire del jugador, quien se verá comprometido activamente en el problema de juego, en sus consecuencias y también en su posible tratamiento.

 

Abstinencia
A partir de que nuestro planteo no se orienta por el trastorno y la dirección de la cura no apunta al restablecimiento de un supuesto orden preestablecido, entonces la abstinencia no es nuestra brújula. 
La abstinencia es muy importante de alcanzar, aunque por el camino antes señalado: a condición de que sea por la vía de una elaboración, no de la búsqueda de un ideal, o de la prohibición. Será un horizonte, un punto de llegada, no un punto de partida. Es necesario constatar de qué modo, si el sujeto se dispone al trabajo que proponemos, cambia de posición, si eso es posible. 

En los pacientes ludópatas, esa relación con la abstinencia es muy variada. Hay pacientes que logran abstenerse, incluso al comenzar el tratamiento. Como si la decisión de consultar ya viniera incluyendo la decisión de no jugar. Son sujetos que están muy conflictuados por lo que hacen, que se sienten ya divididos y se predisponen al trabajo. Ese jugador quiere saber porque hace lo contrario a lo que desea, porque empezó a jugar así, porqué si se siente solo o angustiado, ese es el lugar que lo alivia y no puede encontrar otras salidas. 

Posiblemente sea el caso más abierto a nuestra propuesta, y en general las estructuras de dichos sujetos son neuróticas.  No por eso resulta menos trabajoso, ya que puede ser difícil deshabituar la posición de goce, la abstención, aunque muy buscada por el sujeto, a veces resulta insostenible y eso lo angustia aún más, comprende cada vez menos esa acción en contra de sí.

Comprobamos también que hay jugadores que pueden lograr una abstención, o a reducir claramente su frecuencia de juego, tomar distancias y sentir otras cosas en la sala. 

Recuerdo una paciente que pasó de ir en forma diaria a espaciar sus visitas y en las últimas, irse de allí porque sentía nauseas. El gusto inicial de ese goce, había empezado a trocarse en asco, primera defensa del aparato psíquico frente al exceso.

Y otra paciente, que tuvo un periodo muy compulsivo del que se avergüenza mucho, conserva su visita mensual, ya que lo vive como la única oportunidad de “tomar aire libre” del marido, a escondidas, como si fuera un encuentro con su amante.

Pero también encontramos sujetos que, si bien trabajan y están en transferencia, ese modo de goce no se lo cuestionan, no lo quieren modificar, y solo pretenden regularlo lo suficiente como para no arruinarse, pero no quieren abandonarlo. Y también hay quienes están muy comprometidos en una impulsividad que se presenta cada vez que se conectan con el dinero, y para regular algo debe recurrir a otros, no encuentran otra manera de impedirse ese impulso. Allí no hay ninguna palabra posible, ningún pedido de ayuda, ningún llamado al otro. Hay descarga directa en el contacto con los billetes.

 

 

Jugador solitario y psicoanalistas en red

¿Se puede trabajar con un jugador patológico en un consultorio a la manera tradicional?
Claro que sí, siempre y cuando se produzca ese trabajo de apertura a la palabra y el lazo transferencial sea lo suficientemente fuerte. En la mayoría de los casos, esta condición no se cumple, o se cumple muy precariamente. Por eso creemos que la manera de abordarlo es en red, trabajando en equipo.
Realizar este trabajo en una institución es muy laborioso, hay que tomar cada uno de los casos, pensarlos, ubicar las estrategias posibles, no es posible estandarizar y ofrecer un mismo camino para todos. Pero es mucho más provechoso que hacerlo individualmente, en la soledad del consultorio, porque en la institución armamos diferentes dispositivos, trabajamos varios psicólogos con cada uno de los casos, intercambiamos escuchas. El abordaje es minucioso, y permite una buena contención, pero además las intervenciones se pueden hacer desde distintos ángulos.

Usamos dispositivos de grupos pequeños, de no más de 7-8 pacientes, donde el trabajo entre varios es muy interesante para los jugadores, coordinados por un analista que entiende que la labor es sobre la subjetividad de cada uno, pero usando los recursos que el grupo permite, por ej. recursos psico dramáticos cuando la palabra resbala demasiado.

Usamos siempre el abordaje familiar, convocando a quien esté dispuesto a acompañar, quien esté afectivamente cerca y colabore a pensar el problema. No convocamos a quien no desee participar, ni tampoco a quien solo asista para reprochar o reforzar las culpas. No los convocamos para que controlen el dinero, pero si para orientarlos en sus propios modos de administrarlo.

Abordamos también las consecuencias del juego en el entorno familiar, y en ocasiones para ubicar las causas también allí. Los familiares se angustian mucho y se desesperan, produciendo también actings-out. Usamos el dispositivo individual, a veces combinándolo con el familiar, a veces con el grupo y la familia. En caso de requerir interconsulta psiquiátrica también lo necesitamos usar, y siempre será la idea estar en conexión con los profesionales del caso.

El trabajo en equipo no solo sirve a los pacientes, también nos sirve a nosotros para pensar los casos, para seguir adelante en momentos de gran frustración y para insistir en este trabajo que puede parecer arduo pero que es muy interesante, aun bastante inexplorado y que vale la pena indagar.

 

Bibliografía
Freud, S. (1915) 28° conferencia. La terapia analítica. Obras completas, Tomo XVI, BsAs, Amorrotu editores

-(1912) Sobre la dinámica de la transferencia. Obras Completas, Tomo XII, BsAs, Amorrortu editores

- (1916) Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico. Obras completas, Tomo XIV, BsAs,
Amorrortu editores.

- (1920) Más allá del principio de placer. Obras Completas, Tomo XVIII, BsAs, Amorrortu editores.

- (1930) El malestar en la cultura. Obras completas, Tomo XXI, BsAs, Amorrortu

Lacan, J. (1953) Variantes de la cura tipo Escritos1. BsAs. Siglo veintiuno editores.

- (1964) El seminario, libro 11. Los cuatros conceptos del psicoanálisis. BsAs. Paidós

Miller, J. (2012) Sutilezas analíticas. BsAs. Paidós

Laurent, E. (1998) Conferencia. Del hacer al decir-
La clínica de las toxicomanías y el alcoholismo. La Paz, Plural.
Tarrab, M. (2000) Las salidas de la toxicomanía. Mas allá de las drogas-Estudios psicoanalíticos. a Paz. Plural

http://virtualia.eol.org.ar/010/default.asp?notas/jamiller-01.html

Blanca, Coletti (2006) La adicción al juego… ¿No va más? BsAs Lugar editorial

Blanca, Croce, Petri (Comp.) 2012. Tratado sobre el juego patológico. BsAs. Lugar editorial

Coletti, Breglia (2010) El juego patológico y sus efectos en la subjetividad. Curso virtual, coeditado con Comunidad Russell

NOTAS RELACIONADAS

El jugador en su laberinto. Por Lic Mariela Coletti. Revista Consecuencias

El jugador en su laberinto. Indagaciones acerca del juego de apuestas. Luz Mariela Coletti 'Jugábamos a las barajas en el p...

03/04/2022

Presentacion en Jornada Clinica del Juego Compulsivo. Septiembre 2017

Un tratamiento en equipo del goce de la pérdida Texto presentado el 27/09/2017 Luz Mariela Coletti-Directora Entrelazar En Entrelaz...

01/10/2017

"Mejor sola que mal acompañada". Lic Benjamin Silva

Entre lo universal y lo singular de la ludopatía "Mujer mayor se siente sola y frustrada por haber vivido una vida de sacrificio...

19/09/2017