El acto de arrojo
Es probable que un jugador compulsivo crea que, arrojándose a su
suerte, apostándolo todo, va a separarse de eso que lo atormenta, y
recuperar un goce pleno, sin pasar por las fisuras de la vida del
neurótico, sin tener que lidiar con su castración. (copete 1)

Los psicoanalistas invitamos a transitar el juego del salto, y animarse
como el niño, a buscar una salida, tal vez lúdica, dentro del juego de la
transferencia. Es un acto de arrojo, como todo análisis, y no deja de ser
una experiencia de juego. (copete 2)

/ Por Luz Mariela Coletti

Jugar es un concepto amplio. Lo usamos para referirnos tanto al juego
infantil: entretenimientos, pantallas, competencia, destreza, azar, como:
apuestas, juegos teatrales. El aspecto de jocosidad, las trampas, las
jugadas políticas, y también la ludopatía.

¿Qué relación hay entre lo lúdico y lo ludopático?
Arrojamos una idea: en el corazón del juego lúdico solitario, de
pérdida y recuperación, el sujeto se topa con un real de sí, que
no logra simbolizar.

Encuentro tres referencias del psicoanálisis que me ayudan a pensar en
esta idea:
En el famoso Fort-da, en 'más allá del principio de placer', Freud
observa al niño que juega solo con un carretel, en una escena donde la
madre se va. Con lengua rudimentaria emite sonidos: Fort- Da.

La ausencia de la madre provoca una división subjetiva en el niño,
entonces inventa un juego, el de la ausencia y la presencia.
Esa acción repetitiva del niño, ejemplifica su tesis: estamos gobernados
por la compulsión de repetición, un empuje de la pulsión de muerte.
Se produce un espacio de vacío y angustia, donde nace la unión entre
una palabra y el cuerpo, articulado a un más allá del placer.
Goce y juego aparecen juntos: juego de separación, goce en ese juego
solitario.
Otra reseña respecto a este juego la hace Lacan releyendo el Fort-da.
En su seminario 11 señala que el juego repetitivo 'exige lo nuevo'.
El niño insiste en una repetición para hallar lo que no logra inscribirse, la
dimensión del trauma. Lo que no consigue inscripción, se itera. Si se
puede inscribir, se puede dar vuelta la hoja: hay similitud entre la
actividad lúdica y el trabajo del duelo.

Encontramos analogías con el juego de azar, allí también se arrojan los
dados, se apuesta algo a la suerte.
El filósofo Huizinga en el libro "Homo Ludens" propone una relación de
parentesco entre el derecho, la toma de decisión y lo lúdico. Refiere que
los griegos relacionaban la justicia a la suerte, poniendo de relieve el
elemento azaroso que incluye el acto.
Un "acto de arrojo" es una decisión difícil. Lo equiparo a un acto
subjetivo.Este elemento del azar se presenta como una encrucijada para
los jugadores compulsivos. (Huizinga, J. Homo Ludens (1939) Alianza
editorial, Madrid España).
Entonces, un jugador compulsivo cree que arrojándose a su suerte,
apostandolo todo, se separa de eso que lo atormenta, y recupera su
goce pleno. Evita así lidiar con su castración.
Se diferencia del niño, que, jugando con su carretel, transita ese pasaje
de angustias, de la mano de su pequeño objeto, animándose a perder a

su madre y pega un salto, pasando a otra escena. Según Freud (Freud,
S. El creador literario y el fantaseo (1907). OC Tomo IX Amorrortu
Editores. BsAs) los niños dejan de jugar y el adulto continúa en la
fantasía, se vuelve creador, poeta.
El jugador-apostador nos muestra que 'no se la juega' no se inventa
una salida mejor, y sigue jugando solo.
En ocasiones desaparece, incluso en tratamiento, un sujeto escurridizo a
quien el analista tiene que llamarlo, hacerlo venir. El lazo transferencial
es endeble.

Lacan dice 'la pasión del jugador no es otra que una pregunta
dirigida al significante, figurada en el automatón del azar. ¿Qué
eres, figura del dado, cuál es el signo de mi destino?' (Lacan J.
Escritos El seminario sobre la carta robada. 1988 Siglo XXI. BsAs)
'La pasión del jugador no es el dinero (esa es la pasión del avaro), sino
el descubrimiento del saber insondable del azar, esa regularidad
caprichosa de los números cuya legalidad la conoce solo el Otro, que el
jugador supone que existe' (Lopez Hector. 'El azar y los duendes
traviesos del inconsciente' 2015, Editorial Lazos, BsAs).

Es un calculador que busca descifrar lo indescifrable: el azar. Dice, 'yo
tengo un sistema para ganar, pero fallo. Tendré que leer mejor las
reglas y seguir el sistema'. Es decir, la falla no está en el Otro, está en
el sujeto, que no apostó correctamente, que no se retiró a tiempo. Pero
no importa, el juego siempre le da revancha.
Apuesta a un goce total 'pagaré todas mis deudas y seré libre, pagar
solo una parte no me sirve'. Cree en un reencuentro con un goce pleno.
Señalamos que en este juego hay dos: el jugador y su Otro, el azar.

No es casualidad que, en la mayoría de los casos, la compulsión se
desencadene después de una gran ganancia. Emoción sin igual, que
conjuga el número, la apuesta y el cuerpo.

Sabemos que nadie renuncia a un goce porque le produzca daño.
De acuerdo con Lacan podemos decir que frente al 'no hay' certezas del
destino, 'no hay' soluciones mágicas al malestar. Sin embargo, el
jugador cree, de ahí que lo consideremos un religioso, un creyente.
Interroga al Otro del azar, pero no a su propio Otro que es el saber del
inconsciente que lo habita y lo condiciona.
Las propuestas terapéuticas apuestan al control familiar, al fármaco que
lo calme, que la psiquiatría y las terapias comportamentales le indiquen
como vivir, como abstenerse de eso que lo empuja.

Los psicoanalistas invitamos a transitar el juego del salto, y animarse
como el niño, a buscar una salida, tal vez lúdica, dentro del juego de la
transferencia. Pasamos a encarnar ese Otro, para jugar el juego que le
permita pasar de una iteración que lo fija, a una repetición en
transferencia.
Es un acto de arrojo, como todo análisis, y no deja de ser una
experiencia de juego.

* Luz Mariela Coletti, psicoanalista. Autora de varios libros sobre
el tema. Colaboradora Seminario Pasión por el juego y ludopatía
(EOL). Directora de Entrelazar.