Pandemia y abstinencia forzada

¿Distanciados de la infección?

Por Luz Mariela Coletti- Junio 2020

El distanciamiento social obligatorio (DSO) de la pandemia Covid-19 ha impuesto otra distancia. La de los hábitos de cada uno.

Los sujetos que sufren un empuje a apostar en bingos y casinos se han visto bruscamente impedidos de hacerlo.Separados físicamente.

Inédita situación, tal vez irrepetible, que se convierte en la contracara de los años '90 , cuando una apertura indiscriminada de casas de juego promovió la tentación (a través de publicidades, de fantasías de salvación, de felicidad prometida) de acercarse a probar suerte.

El primer efecto de este súbito cierre fue una disminución de nuevas admisiones en Entrelazar, como si 'muerto el perro se hubiera acabado la rabia'

No ocurrió lo mismo con los juegos de pantallas que se han visto notablemente aumentados, entre ellos las apuestas on line.

El asunto de la distancia es central en todas las prácticas adictivas.

'Quedo pegado, permanezco demasiado, no me retiro a tiempo'  son frases comunes.

Recordemos que un jugador compulsivo tiene recursos para distanciarse de las salas:  pedirle a otro que le impida jugar, le controle el dinero, o le impida entrar (mecanismo de Autoexclusión) con la idea de que la prohibición regularía el exceso. 

Pide que lo separen.

Pero ¿de qué exactamente se tiene que separar?

Tanto en un caso, el de la invitación insistente, como en el otro, el cierre , es el Otro quien toma la iniciativa, no el sujeto.

El Otro promueve, el Otro prohíbe. 

El mercado en su oferta, muchas veces inescrupulosa, (como cuando un jugador, luego de pasar dos años sin poder jugar por su pedido de Autoexclusión recibe una carta del Casino avisándole que ya puede retornar) propone y fascina.

El Otro familiar que le controla el dinero, le maneja las cuentas, lo quiere distanciar. Hay Otros terapéuticos que lo quieren curar, planteando que la abstinencia (distancia) es el camino.

En todos los casos el sujeto no decide.

Se vuelve objeto de su adicción, es consumido por 'eso', empujado.

Entonces frente a esta coyuntura de distancia obligada tenemos una variedad de respuestas.

Hay quien casi agradece no tener la posibilidad de apostar y este oasis obligatorio le permite alejarse, ya no  de la Covid pero sí de la infección del juego.

Hay quien se siente mucho más angustiado frente al vacío de su soledad, abismo que lograba morigerar con el 'entretenerse perdiendo'.

Hay quien descubre que ese hábito, ese compañero al que estaba acostumbrado no era tan necesario como creía, hay quien lo añora y espera ansioso su reapertura.

No hay destete por decreto

Lacan mencionó tempranamente en 'Los complejos familiares' que '….el destete es (...) un traumatismo psíquico cuyos efectos individuales, anorexias llamadas mentales, toxicomanías vía oral, neurosis gástricas, revelan sus causas al psicoanálisis'  (1938 'Los complejos familiares en la formación del individuo' Otros escritos, BsAs, Paidós, 2012, pág 41)

La dificultad está en el destete, que es la separación.

El sujeto no puede evitar tomar un excesivo contacto con 'eso'. 

Lo interesante y el problema clínico más difícil, para quienes nos orientamos por el psicoanálisis, es trabajar para que el sujeto se distancie, o separe de 'eso'.

'Eso' no es una cosa, no es el objeto droga, no es la máquina, 'eso' es algo que lo empuja desde sí, es una demanda interna, que se engancha en tal o cual objeto. El objeto oficia de tapón a 'eso'  de lo que el sujeto no puede separarse.

Es difícil de entender, incluso de creer, pero hay sujetos que se ven empujados a la ruina. 

Jugar para perder, jugar sin gusto alguno, no poder parar, puede ser una verdadera infección. Se arruinan, empujados por eso, y usan el jugar para llevarlo a  cabo. 

¿La intervención del Otro causa estos vaivenes? ¿De propiciar, de impedir? 

No, definitivamente, la causa no está allí.

Y qué  hay del lado del individuo que juega?

Del lado del jugador, están el consentimiento y la creencia.

Eso se verifica en sus actos, no tanto en sus dichos. 

No tomamos tanto en cuenta sus dichos iniciales, que pueden ser engañosos, sino que 'en la cancha se ven los pingos' 

Solo bajo tratamiento constatamos si ese consultante se vuelve paciente, arma una relación de transferencia (que es de amor)  y puede descubrir qué es eso que lo afecta.

Esa es una gran diferencia entre los consultantes. 

Hay quien busca tratamiento para curarse (aunque diga que no quiere dejar de jugar) y hay quien busca tratamiento para poder seguir jugando ( aunque diga que quiere dejar)

También están las posibilidades que da la estructura de base de cada uno y el uso singular que se hace de esa actividad adictiva. ¿Es una suplencia, es un síntoma, es un acting out, es una adicción, es un rasgo de carácter, es una pasión?

Tiempo para con-ceder

¿Será este tiempo un impasse, una anécdota más, un silencio sin consecuencias, y 'eso' agazapado, aguarda la apertura de las salas para volver a infectar la vida? 

¿Será una ocasión para replantearse la relación con los objetos de consumo, nuestros modos de paliar el malestar de la vida?

Hará falta un segundo tiempo para responder en cada caso estas preguntas que inesperadamente nos trajo esta pandemia.

Salir de esta afección, del juego compulsivo,  implica una cesión, una caída de eso que empuja, y no puede producirse sin pasar por un proceso, que incluye al Otro de la transferencia.

Los psicoanalistas sabemos que no podemos impedir la acción, ni prometemos la abstención, sí propiciamos localizar y trabajar con 'eso', lo más íntimo de cada uno, para que cada uno decida si cederlo o no.

Allí encontramos la pequeña y enorme diferencia en cada sujeto y en su entorno, que pesa mucho a la hora de ayudar a sostener la distancia.